Sólo he escuchado dos veces esta canción en directo. Pero en la intimidad de mi cuarto reconozco que las paredes han aborrecido sus versos ya. Cientos de veces al cerrar los ojos las palabras sesgadas de un amor doloroso, oscuro, me han transportado a lugares y momentos distintos. La oía al recorrer kilómetros por el desierto del Sahara, casi al llegar a Abu Simbel; en algún bulevar parisino bajo su cortante y típico frío; también en Carden town, en pleno mercadillo; en la esquina de Haight y Ashbury, y paseando por la calle Regomir, camino a la plaza de la Clandestina.
La primera vez que la escuché en directo me emocionó ver la cara de las miles de personas que, como yo, cantaban entregados a las mismas letras, las mismas emociones y sentimientos que yo vivía.
La segunda vez, simplemente disfruté.
Por más lejos que vaya, siempre habrá partes de mí de las que no me podré deshacer. Y eso me encanta. Soy una golfa.
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Hace 13 años
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