23 de febrero de 2009

1609/2009

El sentimiento de odio hacia aquel que es diferente es tan antiguo como el propio ser humano. Las muestras a lo largo de la historia de comportamientos xenófobos son prácticamente interminables y no se extinguen con los avances culturales o científicos.

Los contextos de crisis, hambruna o penurias sociales de cualquier tipo han sido el caldo de cultivo perfecto para estos sentimientos de aversión u hostilidad hacia el extranjero. Además, los dirigentes de todos los tiempos han utilizado la existencia de este tipo de sentimientos en la psicología de las masas para sus propios fines. El extraño y el extranjero se han convertido siempre en chivos expiatorios para que líderes de todas las culturas desviaran la verdadera responsabilidad de sus políticas.

La expulsión de los moriscos de la península Ibérica en 1609 encaja en esta categoría. Tras la derrota de las tropas españolas en la larga contienda con los Países Bajos, el estado imperial español necesitaba una derrota sencilla que era posible dentro de la misma península contra uno de sus mayores enemigos de la época: el Islam. La población morisca de la época, a pesar de que en su mayoría habían perdido el uso de la lengua árabe y que su conocimiento de los dogmas y ritos del Islam era bastante pobre, seguían siendo comunidades al margen. La disminución a partir de 1604 de los recursos que llegaban del Nuevo Mundo había rebajado el nivel de vida de la población cristiana también fomentó que se mirara con recelo a las comunidades moriscas.

Todas estas causas confluyeron para que en 1609 el rey Felipe III decretara la expulsión de todas estas comunidades, alrededor de 300.000 personas que constituían aproximadamente un 4% de la población total de la época. Puede parecer una cifra poco importante, pero además del drama humano que supuso, la historia ha demostrado que fue una maniobra poco inteligente por parte de los líderes políticos españoles. Los moriscos suponían una gran cantidad de masa trabajadora, entre ellos no se contaban nobles, hidalgos o clérigos, y por tanto, comportó una reducción de la capacidad contributiva considerable. Su expulsión causó un vacío demográfico en las zonas más afectadas —Valencia y Aragón—, y que oficios como el de artesano, comerciante o campesino quedaran diezmados. Para la población cristiana, tampoco supuso ninguna ventaja, ya que los nobles se incautaron de las tierras que habían pertenecido a los moriscos para recuperar sus «pérdidas» a corto plazo.

No todos los cristianos eran xenófobos, ni siquiera todo el clergado se mostró a favor de la expulsión. De cualquier forma, los moriscos acabaron arrojados a las costas del norte de África, donde fueron recibidos en muchos casos también como extraños: no eran cristianos puros pero tampoco eran árabes.

Si existe una forma de paliar este odio hacia el que es distinto a nosotros es saber reconocer todos estos actos de barbarie histórica. La xenofobia es como un virus peligroso ya que nadie es capaz de diagnosticársela, términos como "reconquista" fueron acuñados para señalar que la cultura cristiana merecía recuperar unas tierras que le pertenecían por derecho divino. Conviene abordar la historia con mirada crítica y no caer en la trampa de buscar culpables de los males que acontecen si no preguntarse por qué éstos ocurren realmente.


Contexto histórico

Ver también...

http://es.wikipedia.org/wiki/Expulsi%C3%B3n_de_los_moriscos

http://www.diarioinformacion.com/secciones/noticia.jsp?pRef=2009021200_13_851594__Elche-siglo-expulsion-moriscos-parece-barbaridad

http://www.1609-2009.es/